433-Tomás H. Redondo



EL MEJOR ALFÉREZ

Eras el mejor alférez
de toda la alfarería.
Yo te vi salir contento
cuando te marchaste a filas
llevando en el corazón
la única estrella prendida
y en el alma el entusiasmo
que el patrio amor siempre inspira.
Yo te vi salir de casa
dejando en ella transida
de gozo y dolor a aquella
que fue tu madre bendita.
De gozo porque marchabas
con fe a jugarte la vida,
y de dolor porque, madre,
por tus destinos temía.
Y yo te vi despedir
allá en la noche tranquila
muy pegadito en la reja
a la moza que querías;
y entre reflejos de luna
vi asomarse a sus mejillas
dos gruesas perlas que presto
en tus labios recogías.
Luego te he visto en el frente,
siempre en la primera línea,
dando ejemplo a tus soldados
que al principio sonreían
con tu mocedad, y pronto
tu valor les sorprendía
cuando a otra novia, la Muerte,
de amores la requerías.
Te he visto en el Pingardón,
en Jarama, en Navafría,
en el frente de Vizcaya,
en Aragón y en Castilla,
en todas partes luchando
con valor y bizarría
y en todas partes venciendo
a las huestes enemigas.
Hasta que en un día aciago
vino para tu desdicha,
mas para gloria de España,
la Muerte a segar tu vida.
Aquella bala traidora
que rasgando el aire silba
se incrustó en tu corazón,
la mejor tumba que había.
Y atravesando la estrella
que sobre el pecho tenías,
corazón y estrella a un tiempo
con tu sangre se teñían.
España vino a besarte
tu frente pálida y fina
cuando amorosa la tierra
sus entrañas te ofrecía.
Te beso como una madre
que pierde toda su dicha
y te besó como novia
al darte la despedida.
Hoy ya pregona la Fama
tu hazaña heróica y sencilla
y tu nombre antes oscuro
se esclarece y se sublima...
No importa cómo te llamas
ni cual es tu patria chica;
Pedro, Juan, Francisco, etc.,
como dice la Doctrina.
Eras español y basta,
de Aragón o de Castilla,
de León o de Navarra,
andaluz o de Galicia.
Eras émulo del Cid,
aquel buen Rodrigo Díaz
que te legó por herencia
su honor y su valentía.
Y otra cosa también eras
para tu orgullo y mi dicha:
eras el mejor alférez
de toda la alfarería.

Tomás H. Redondo

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