Si a tu hermano le señalas los errores de su ego, evidente es, desde luego, que miras y no regalas. Y si sólo ves su llanto, será el llanto que tú llores, porque el Espíritu Santo no percibe sus errores.
Él sabe que es falsedad de un mundo loco y caduco que se deshace en su truco ante la eterna verdad.
Contempla en tu hermano a Dios en su infinita pureza y abrazarás la belleza de la unidad de los dos.
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