A LA LUNA
¡Oh tímida viajera, cándida peregrina!
¡Oh sílfide nocturna, luna casta y divina!
Tan triste y soñadora, perdida en el celaje,
¿cuál es tu rumbo intérmine, tu sempiterno viaje?
Qué lentos son tus pasos, qué pálida tu frente,
cuando asoma en la noche tu faz opalescente,
y desde los collados, a la lumbre indecisa
de tus rayos se esparcen aromas en la brisa.
Tú que llevas por halo tanta melancolía;
Tú la que de mi pecho recibe idolatría,
dime si eres el mundo o el alma de la muerte
donde en flor o en arbusto la vida se convierte.
Allá sobre tus montes, astro de la esperanza,
allá sobre tus valles de clara lontananza,
orilla a tus balsámicos arroyos argentinos,
o bajo sus follajes sedantes y opalinos,
¿otra vez hallaremos madre, hermanos, amadas,
todos los que partieron en horas desoladas,
y los mismos amores, deliquios y embriagueces
que nuestros corazones cambiaron tantas veces?
Ignace Nau
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