¡MADRE MÍA!
¡Dios te salve, María,
Madre del pecador, mi Madre amada!
Esto, no más, un día y otro día
diré con la sin par monotonía
de un alma enamorada.
Perdona si mi mente
no encuentra en sus discursos otra cosa;
perdona si mi lengua balbuciente
sólo puede exclamar eternamente:
"¡Madre, Madre amorosa!".
Pero, ¿qué más deseas,
ni qué más puedes esperar del hombre?
Tú, que el secreto del amor sondeas,
sobre todas las cosas te recreas
cuando te da de Madre el dulce nombre.
¡Madre pues, Madre mía!
¡Madre del pecador, Madre adorada!
Esto, no más, un día y otro día
diré con la sin par monotonía
de un alma enamorada.
Miguel Sánchez de Castro
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