No reconocemos a ningún gobierno. Reconocemos a un solo rey, una autoridad, un juez y gobernador sobre la Tierra. Nuestra patria es el mundo y nuestros compatriotas la humanidad entera.
La doctrina que propugna la Iglesia acerca de que todos los Estados de la Tierra han sido establecidos con la aprobación de Dios, constituidos de acuerdo con la voluntad de Dios, es tan absurda como blasfema. Esta doctrina presenta a nuestro Creador como a un ser parcial, que instituye y alienta el mal. Nadie puede afirmar que los gobiernos de ningún Estado actúen frente a sus enemigos de acuerdo con las enseñanzas y según el ejemplo de Cristo. En consecuencia, la actividad de estos gobiernos no puede ser aceptada por Dios, ni estos pueden estar constituidos conforme a Su voluntad. Por ello, los gobiernos deben ser derrocados, pero no con la violencia, sino mediante un renacimiento espiritual en las personas.
Reconocemos como anticristianas e ilegales no sólo las guerras - tanto las ofensivas como las defensivas - sino todos sus preparativos: constitución de arsenales, fortificaciones, navíos de guerra. Reconocemos como anticristianas e ilegales la existencia de cualquier ejército regular, cualquier mando militar, cualquier monumento erigido para conmemorar las victorias, o las derrotas del enemigo; cualquier trofeo.
En consecuencia, consideramos que para nosotros no sólo es imposible servir en el ejército, sino también ocupar cualquier cargo que nos obligue a forzar a otros a comportarse, bien bajo amenazas de cárcel o pena de muerte. Por tanto, nos excluimos de manera voluntaria de cualquier institución gubernamental. Renunciamos a la política, a honores terrenales y a cargos de poder.
Creemos que la Ley del Talión del Antiguo Testamento,”ojo por ojo, diente por diente”, fue abolida por Jesucristo.
La historia de la humanidad está llena de evidencias que demuestran que la violencia física no es compatible con el renacimiento moral, que la inclinación a pecar de las personas puede ser vencida únicamente con el amor; que el mal puede ser destruido solamente con el bien; que no debemos confiar en la fuerza de las manos para defendernos del mal, que la verdadera seguridad se encuentra en la bondad, en la paciencia infinita y en la misericordia, que solo los dóciles heredarán la Tierra, y que los que alcen la espada, a espada morirán…
No propugnamos una doctrina de la revolución, pues el espíritu de la revolución es el espíritu de la venganza, de la violencia y el asesinato, y este no teme a Dios ni respeta al individuo. Y lo que deseamos nosotros es estar llenos del Espíritu de Dios. Fieles a nuestra doctrina de la no resistencia al mal con el mal, no conspiraremos, ni urdiremos revueltas, ni generaremos violencia. Nos someteremos a toda ley a toda imposición del gobierno, excepto a aquellas que sean contrarias al Evangelio. Mostraremos una total sumisión si nos es impuesto un castigo por insubordinación. Así como nuestra intención es soportar todos los ataques que recibamos sin ofrecer resistencia alguna, también lo es combatir sin tregua el mal que reina en el mundo, allá donde estuviere.
La doctrina que propugna la Iglesia acerca de que todos los Estados de la Tierra han sido establecidos con la aprobación de Dios, constituidos de acuerdo con la voluntad de Dios, es tan absurda como blasfema. Esta doctrina presenta a nuestro Creador como a un ser parcial, que instituye y alienta el mal. Nadie puede afirmar que los gobiernos de ningún Estado actúen frente a sus enemigos de acuerdo con las enseñanzas y según el ejemplo de Cristo. En consecuencia, la actividad de estos gobiernos no puede ser aceptada por Dios, ni estos pueden estar constituidos conforme a Su voluntad. Por ello, los gobiernos deben ser derrocados, pero no con la violencia, sino mediante un renacimiento espiritual en las personas.
Reconocemos como anticristianas e ilegales no sólo las guerras - tanto las ofensivas como las defensivas - sino todos sus preparativos: constitución de arsenales, fortificaciones, navíos de guerra. Reconocemos como anticristianas e ilegales la existencia de cualquier ejército regular, cualquier mando militar, cualquier monumento erigido para conmemorar las victorias, o las derrotas del enemigo; cualquier trofeo.
En consecuencia, consideramos que para nosotros no sólo es imposible servir en el ejército, sino también ocupar cualquier cargo que nos obligue a forzar a otros a comportarse, bien bajo amenazas de cárcel o pena de muerte. Por tanto, nos excluimos de manera voluntaria de cualquier institución gubernamental. Renunciamos a la política, a honores terrenales y a cargos de poder.
Creemos que la Ley del Talión del Antiguo Testamento,”ojo por ojo, diente por diente”, fue abolida por Jesucristo.
La historia de la humanidad está llena de evidencias que demuestran que la violencia física no es compatible con el renacimiento moral, que la inclinación a pecar de las personas puede ser vencida únicamente con el amor; que el mal puede ser destruido solamente con el bien; que no debemos confiar en la fuerza de las manos para defendernos del mal, que la verdadera seguridad se encuentra en la bondad, en la paciencia infinita y en la misericordia, que solo los dóciles heredarán la Tierra, y que los que alcen la espada, a espada morirán…
No propugnamos una doctrina de la revolución, pues el espíritu de la revolución es el espíritu de la venganza, de la violencia y el asesinato, y este no teme a Dios ni respeta al individuo. Y lo que deseamos nosotros es estar llenos del Espíritu de Dios. Fieles a nuestra doctrina de la no resistencia al mal con el mal, no conspiraremos, ni urdiremos revueltas, ni generaremos violencia. Nos someteremos a toda ley a toda imposición del gobierno, excepto a aquellas que sean contrarias al Evangelio. Mostraremos una total sumisión si nos es impuesto un castigo por insubordinación. Así como nuestra intención es soportar todos los ataques que recibamos sin ofrecer resistencia alguna, también lo es combatir sin tregua el mal que reina en el mundo, allá donde estuviere.
Boston, 1838
No hay comentarios:
Publicar un comentario