LA CARIDAD
Niño, que en mullida almohada
recuestas la cabecita,
que te duermes al acento
de maternales caricias;
recuerda que hay niños pobres
que en las noches tristes, frías,
no tienen techo y se duermen
soñando con sus desdichas.
Niño, que tienes juguetes,
que allá en la alfombra de Esmirna,
en la sala reluciente,
descansan de tus caricias:
acuérdate de los pobres
que sin juegos, sin sonrisas,
lloran porque tienen hambre
de pan, besos y caricias.
Ese niñito harapiento
de tez pálida, amarilla,
que llama junto a la puerta
de la casa que tú habitas,
es tu hermanito, que pide
el pan que tú desperdicias.
¡Oh!, si eres bueno, si tienes
dentro del cuerpo un almita,
si tienes un corazón,
corre y dile a tu mamita
que te dé un trozo de pan
para el pobre, que hace días
no ha probado ni un bocado
de ese pan que desperdicias.
Y lleváselo tú mismo,
pónselo en la manecita,
y así podrás ver de cerca
su tez pálidad, amarilla,
verás sus ojos hundidos,
verás sus tristes pupilas,
verás como son los niños
que en las noches tristes, frías,
tienen hambre retrasada
de pan, besos y caricias.
Calcagno
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