FLORECILLAS
El que quiera belleza
venga a tu rostro;
quien quiera luz del cielo,
venga a tus ojos
¡Ay, Niño amado!
Y el que quiera dulzura
venga a tus labios.
Por el valle de rosas
de tus mejillas
corren dos arroyitos
de lagrimitas.
Déjame, deja
que ellas la sed apaguen
que me atormentan.
Jesús, Tú eres el alma
del alma mía:
sin ti la luz es sombra,
muerte la vida.
¡Manso cordero!
Contigo, hasta el Calvario;
sin ti, ni al cielo.
En vano te disfrazas
y escondes, Niño;
los ángeles del cielo
te han conocido.
Tan sólo el nombre,
por más que te descubres,
no se conoce.
Son la Cruz y el pesebre
de una madera
con que Dios ha labrado
todas tus flechas.
¡Ay, prenda mía!
Atraviésame el pecho
con una astilla.
Mil corazones, Niño,
yo te daría
por lograr una sola
de tus caricias.
Mas... ¡miento, miento!,
que el que tengo me pides
y te lo niego.
Yo no puedo acallarle,
toma allá al Niño;
porque si llora, llora
por ir contigo.
¡Ay, Madre, Madre!
¿Quién si tú no le acallas
podrá acallarle?
Duérmete, Jesús mío,
duerme en mis brazos;
y no llores, no llores
por mis pecados.
Duérmete, duérmete,
y aunque llorar me sientas,
no te despiertes.
venga a tu rostro;
quien quiera luz del cielo,
venga a tus ojos
¡Ay, Niño amado!
Y el que quiera dulzura
venga a tus labios.
Por el valle de rosas
de tus mejillas
corren dos arroyitos
de lagrimitas.
Déjame, deja
que ellas la sed apaguen
que me atormentan.
Jesús, Tú eres el alma
del alma mía:
sin ti la luz es sombra,
muerte la vida.
¡Manso cordero!
Contigo, hasta el Calvario;
sin ti, ni al cielo.
En vano te disfrazas
y escondes, Niño;
los ángeles del cielo
te han conocido.
Tan sólo el nombre,
por más que te descubres,
no se conoce.
Son la Cruz y el pesebre
de una madera
con que Dios ha labrado
todas tus flechas.
¡Ay, prenda mía!
Atraviésame el pecho
con una astilla.
Mil corazones, Niño,
yo te daría
por lograr una sola
de tus caricias.
Mas... ¡miento, miento!,
que el que tengo me pides
y te lo niego.
Yo no puedo acallarle,
toma allá al Niño;
porque si llora, llora
por ir contigo.
¡Ay, Madre, Madre!
¿Quién si tú no le acallas
podrá acallarle?
Duérmete, Jesús mío,
duerme en mis brazos;
y no llores, no llores
por mis pecados.
Duérmete, duérmete,
y aunque llorar me sientas,
no te despiertes.
Poeta Anónimo
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