Los hombres, unidos entre sí por el error, forman por decirlo así un masa compacta. La fuerza de atracción de esa masa es el mal esparcido por el mundo. Toda la actividad razonable de la humanidad tiene únicamente por objeto destruir la fuerza de atracción de la masa.
Todas las revoluciones son tentativas para romper esa masa por la violencia. Los hombres se figuran que si la martillan se destrozará, y atacan a esa masa, pero, al esforzarse por romperla, no hacen más que volverla más compacta; por mucho que la martillen, la cohesión de las moléculas persistirá hasta que una fuerza interior, comunicándose a cada uno de los átomos, les dé un impulso que disgregue la masa.
La fuerza que encadena a los hombres es la mentira, el error. La fuerza que desprende a cada individuo de la masa inerte humana es la verdad. Y la verdad no se transmite a los hombres más que por actos de verdad. Sólo los actos de verdad, introduciendo la luz en la conciencia de cada hombre, destruyen la homogeneidad del error, separan uno por uno de la masa los hombres unidos entre sí por la fuerza del error.
Y ya hace mil ochocientos años que se efectúa ese trabajo. Desde que los mandamientos de Cristo se colocan ante la humanidad, ese trabajo ha empezado y no se interrumpirá hasta que todo se haya cumplido, como dijo Cristo (Mateo, V, 18).
"¿En qué consiste mi fe?" (León Tolstoi)
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